jueves, 30 de abril de 2015
domingo, 26 de abril de 2015
jueves, 16 de abril de 2015
Madre: En tu útero escribes el futuro de tu hijo. Joaquín Grau.
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MADRE:
EN TU ÚTERO ESCRIBES EL FUTURO DE TU HIJO
Durante mucho tiempo se ha pensado que las emociones y
pensamientos de las madres gestantes no influían para nada en el desarrollo del
feto. Hoy se sabe, sin embargo, que no sólo influyen decisivamente sino que
pueden marcar el futuro del bebé para toda la vida. Al punto de que muchas de
las dolencias que sufra siendo adulto pueden tener su origen en algo que le
impactó estando en el útero de la madre.
Nada más lejos de mi ánimo que justificar la necesidad
de que las mujeres vuelvan a su ya afortunadamente superado papel de simples
proveedoras y cuidadoras de hijos. Pero aun no siendo este mi ánimo eso no
impide que tenga que exponer aquí –en éste y otros artículos que seguirán a
éste- la terrible responsabilidad que la naturaleza ha puesto en manos de las
madres, no tanto de los padres. Y no tanto de los padres por el simple hecho de
que son las madres, no los padres, quienes albergan y deben nutrir con su
carne, pensamientos y afecto durante nueve meses –una eternidad intrauterina-
el proceso de la casi definitiva formación psicológica de su hijo. Y eso, si se
quiere hacer bien, exige una forma de ver y entender la maternidad que no es la
forma en que se entendía antes, pero que tampoco es la manera como, en general,
se entiende ahora. Claro que ante lo hasta aquí expuesto el lector –y de forma
especial la lectora- puede objetar que no existen bases científicas definitivas
que permitan afirmar que es la madre y casi sólo la madre la gran responsable
del futuro de sus hijos. Una objeción totalmente refutable.
¿QUÉ ES LA PERCEPCIÓN EXTRA-UTERINA?
El lector sabe ya, por cuanto se ha publicado en torno
a la técnica terapéutica Anatheóresis –incluida la entrevista que me hizo el director de Cuerpos y Almas, José
Antonio Campoy, y apareció aquí el mes pasado-, que
ésta cuenta con un tipo de relajación especial al que he dado el nombre de
Inducción al Estado Regresivo Anatheorético (IERA) que, sin pérdida de
conciencia, o sea con una simple relajación profunda, permite a una persona
adulta no sólo visualizar, sino también, y de forma especial, vivenciar –ver y
sentir- los daños que sufrió cuando estaba en el útero de su madre. Y que
permite además a la persona en ese estado visualizar y vivenciar lo que ocurría
fuera del útero cuando, siendo embrión o feto, sufría o gozaba los daños o
gratificaciones que en ese momento vivía su madre. Un efecto este último al que
he denominado Percepción Extra-Uterina (PEU) y que, por fantástico que parezca,
da siempre –siempre que la persona esté en perfecto IERA- hechos ciertos. Así,
un paciente –y todos somos pacientes, porque todos estamos dañados aun cuando
en un momento determinado no mostremos somatizaciones-, un paciente, repito,
puede sentir el terrible frío de la muerte que vivenció siendo feto y, al
tiempo, comprobar, viéndolo, que en ese mismo momento en que él estaba
sintiendo que moría, su madre estaba intentando suicidarse tomando unas
pastillas. Pastillas –y estoy hablando de un caso concreto que ilustra todos
los demás- que el paciente en la terapia identificó con su nombre,
identificando también al médico- por él tan desconocido como el intento de
suicidio de su madre- que logró devolverla a la vida. Y no es preciso un daño
tan severo como un intento de suicidio: basta con que una madre no reciba con
el afecto necesario al hijo que acaba de saber lleva en su seno para que el
embrión reciba emocionalmente ese rechazo y lo grabe en su carne y en su
sangre. Que a fin de cuentas eso que llamamos Yo es básicamente el producto de esos daños y también de
los momentos gratificantes con que nuestra madre nos va nutriendo desde el
momento en que un óvulo es fecundado hasta los más o menos cinco años en que el
hijo –niño o niña- empieza a identificarse con el padre. Un proceso que se
alarga, aunque de forma menos impactante, hasta la adolescencia.
Sé que toda madre desea lo mejor para ese bebé que
lleva en su seno. Y sé también que, por esa razón, muchas de ella se sentirán
emotivamente molestas con mi afirmación de que habitualmente están gestando mal
a sus hijos. Ante esto –lo sé por experiencia-, la respuesta en muchos casos es
que está por ver si lo que afirmo es cierto. Una objeción que cuantas madres la
han hecho han tenido que abandonar al comprobar en sí mismas al entrar en
estado de relajación –no durante el embarazo, en que no hay que hacer terapia
anatheórica- que cuanto afirmo fue verdad cuando ellas se encontraban en el
claustro materno. Y que –insito- es verdad porque ellas, en ese estado de
relajación, reviven sus daños. O sea, vivencian cuándo y cómo esos daños
procedentes de sus madres ocurrieron y, lo que más importa, resolvieron sus
problemas disolviendo las cargas patológicas que esos daños mantenían vivas y
actuantes. Porque Anatheóresis no es una teoría: se basa en hechos comprobables. Anatheóresises ciencia.
Y precisamente porque es ciencia puedo afirmar que
ninguna mujer –gestante o con hijos- debe sentirse culpable ante cuanto afirmo
y ante cuanto explicaré en los próximos artículos, en los que expondré ya
soluciones ante posibles daños. Y no debe sentirse culpable –la culpabilidad es
siempre patología- porque, por un lado, sólo ahora se empieza a conocer la gran
receptividad de los embrio-fetos; por otro, porque no siempre el sistema
sanitario y la estructura social en general permite que la mujer embarazada
encuentre respuestas óptimas a sus demandas; y, finalmente, porque los daños
que la madre gestante imprime en su futuro bebé no lo son tanto debido a ella
sino a la gran receptividad emotiva del ser que está gestando.
¿QUÉ SIENTE EL EMBRIÓN?
Próximo está todavía el tiempo en que la Medicina
concebía al embrión humano algo así como un tumor benigno que se iba formando
pasivamente en el interior de la madre y que ésta, transcurridos nueve meses,
expulsaría con más o menos esfuerzo y dolor pero sin otras consecuencias, salvo
complicaciones que siempre se consideraba eran debidas a causas ajenas a la
actitud emocional de la madre ante el futuro hijo. Pero no es así. Y esto
empieza a saberlo ya la Medicina convencional. En cuanto a Anatheóresis, la experiencia muestra que el embrión humano –en su
fase intrauterina y de nacimiento- recorre unos estadios de percepción que
pueden explicarse como sigue. El primer estadio de percepción –EP1- corresponde
a la fase inicial embrionaria, en la que el embrión se encuentra en un estado
especial de ensoñación que le mantiene en sintonía total con la madre. Y esto
sin defensas. O sea, que cuanto goza o sufre la madre lo goza o sufre el
embrión y lo goza o sufre sin poderlo evitar y como si fuera algo suyo. Algo
que le llega de sí mismo. Si bien lo goza o sufre a un nivel sensorial. Para
aquellos lectores que no han vivenciado esa percepción con la técnica Anatheóresisañado que aún antes de que se forme el sistema
nervioso hay ya comunicación intercelular. Así, las células del embrión
secretan reguladores paracrinos que facilitan información e instrucciones a las
células vecinas. Existe ya una especie de memoria celular. Además, es ya dentro
del primer mes de gestación cuando empieza a formarse el sistema nervioso y los
nervios periféricos.
En este primer estadio de percepción, que se extiende
sólo unas pocas semanas a partir de la concepción, es cuando Anatheóresis se encuentra con el primer gran daño –yo lo denomino
IAT: Impacto Analógico Traumático- o la primera gran gratificación –IAG:
Impacto Analógico Gratificante- y eso va a marcar a fuego al futuro bebé. Y ese
daño o gratificación es la carga emotiva que lanza la madre al saberse
embarazada. Si recibe la noticia como algo no deseado y mantiene esa actitud durante
un tiempo, ese rechazo llega al embrión como un impulso de muerte, como algo
que se opone a su proceso de crecimiento, como una amenaza. Es el primer
sufrimiento de una vida que quiere nacer. Si bien no debo dramatizar porque
esto es perfectamente superable.
¿QUÉ PIENSA Y SIENTE EL EMBRIO-FETO?
El segundo estadio de percepción –EP2- incluye la
época de madurez embrionaria y también los inicios de la época fetal, en la que
el cerebro muestra ya una estructura con circunvalaciones. Este estado
corresponde, por tanto, a una percepción simbólica ya estructurada
mitológicamente. Aclaro que esta simbología, que es una simbología arquetípica,
es el idioma consustancial al feto. Sigue siendo, por tanto, una percepción sin
Yo, sin focalización personal, abierta en consecuencia a todos los impactos,
especialmente a los emotivos procedentes de la madre, con la que se mantiene,
como en el primer estadio de percepción, en una simbiosis total. Y no olvidemos
que simbiosis no significa que el cerebro del bebé sea el de la madre sino la
existencia ya de dos cerebros, cada uno de ellos con capacidad para recibir y
almacenar información; sólo que en ese trasvase de información el sistema
nervioso del feto sigue siendo básicamente receptivo, con una receptividad
subjetiva que globaliza todo impacto como si el impacto fuera él. Así, el feto
escribe en su sistema nervioso, en sus células, en cuerpo todo, cuanto
emotivamente la madre lleva escrito y cuando la madre va escribiendo en su
mente. La madre transmite al feto incluso sus sueños altamente emotivos. Y el
feto los recibe con la misma fuerza que si fuera algo real. Así, pensar
recurrente y seriamente en abortar es tan real para el feto como si esa misma
madre se sometiera a un auténtico aborto.
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En este segundo estadio, la madre que
vive una constante tristeza, irritación, estrés, peleas con su pareja
–especialmente las peleas con gritos-. etc., transmite esos sentimientos al
feto, que los recibe como suyos. Y que los recibe emocional y físicamente
porque una madre triste destila tristeza hormonal y porque una madre que se
tensa somete al feto a una presión física insoportable. Y el feto, ese
durmiente lúcido, se esfuerza con pies y manos en defenderse del cinturón de
dolor que le oprime. Si bien las imágenes que elabora, como ya he indicado, son
símbolos arquetípicos. Y así, ese peligro de “ahogo” por presión física y
emocional procedente de la madre es para el feto un naufragio en el océano
amniótico de su claustro materno.
No olvidemos que los símbolos primigenios elaborados
por los ritmos cerebrales lentos –los ritmos rápidos beta, los de vigilia,
todavía no han surgido o no han madurado en el feto- son el soporte en que se
sustenta nuestra vida adulta. Así, la visión y sentimiento del Paraíso es un
útero gratificante cargado de endorfinas. En tanto que el nacimiento lo
vivenciamos como un surgir a un mundo nuevo, inhóspito, un mundo que nos agrede
y que en consecuencia exige nos defendamos de él. La mitología es nosotros,
nuestras experiencias intrauterinas.
¿QUÉ PIENSA Y SIENTE EL FETO?
El tercer y último estado intrauterino de percepción
–EP3- se inicia entre el cuarto y sexto mes, momento en que el feto posee un
cerebro totalmente estructurado neuralmente y momento ya –en el sexto mes- en
que prácticamente podría sobrevivir si naciera. En este estadio, que podemos
extender hasta el nacimiento e, incluso, hasta la época preverbal, la
percepción se caracteriza por la existencia ya de intensos trenes de ondas
cerebrales theta, un ritmo cerebral éste que se caracteriza por su alta
emotividad y no menos alta creatividad. Se trata, por tanto, de una percepción
analógica –o sea, que establece relaciones por semejanza-, de manera que, por
dar un ejemplo fácil de comprender, si un niño rechaza a su padre porque le ha
pegado se sentirá impelido también a rechazar a cuantos hombres tengan las
manos similares a las de su padre. Será, insisto, una percepción analógica,
pero en la que la conciencia muestra ya una notoria focalización. O sea, el
proceso de singularización que acabará en la formación de un Yo, es ya más
individualizado y, así, el sentimiento de no amor que era sólo sensación cuando
se sintió rechazado en el primer estadio ahora toma connotaciones más
personales y, según hayan sido los impactos negativos recibidos en su proceso
de gestación, ese no amor puede ser sentimiento de rechazo pero también de
abandono de o cualquier otro análogo a éstos.
No olvidemos que tan sólo al culminar el cuarto
estadio de percepción –o sea, entre los siete y doce años- el niño ha alcanzado
ritmos cerebrales beta maduros, que son los ritmos de vigilia, los que nos
caracterizan y permiten discernir. O sea, entre los tres primeros estadios de
percepción el embrión o el feto sufre o goza –y lo sufre o goza de distinta
manera y con distinta fuerza según cada uno de esos estadios- los impactos que
les llegan de la madre, pero aun sufriéndolos no sabe discernir el por qué de
sos impactos ni si le pertenecen o no. Y esto es tan notorio que en la
terapéutica Anatheóresis uno de los problemas con más resistencia a la curación
es el adulto que ha tenido una gestación teñida por un continuado sentimiento
negativo de la madre; por ejemplo, la tristeza crónica de ésta, el desamor
hacia el feto o, incluso, la indiferencia hacia éste. Porque, en definitiva,
todo se reduce a una no comunicación o a una mala comunicación entre la madre y
el fruto que está gestando ya que en estos casos el feto –que carece de la
capacidad de discernir, o sea, de comprender qué está ocurriendo- une a su
unión con la madre –sin poderla enjuiciar, como si fuera algo consubtancial a
sí mismo- esa tristeza, desamor, etc. que está recibiendo. De manera que si el
sentimiento que recibe es concretamente de desamor, ese sentimiento lo seguirá
viviendo, ya nacido, y creerá recibirlo de cuantas personas sean, actúen, etc.
de forma análoga a su madre. Es decir, no necesariamente creerá recibirlo de su
madre. A ella la justificará porque necesita –para sobrevivir- una buena –o por
lo menos soportable- identificación materna. Pues bien, aun cuando en la
terapia el paciente llega a la comprensión de que ese daño lo ha recibido de su
madre, aun así se resiste a abandonar ese sentimiento patológico de desamor
porque entiende en principio –aunque no conscientemente- que renunciar a ese
sentimiento es renunciar a su madre. Y todo humano, para poder vivir, necesita
la existencia introyectada de su madre, aun cuando esa imagen le enferme.
UN MAL ÚTERO ES CASI SIEMPRE CAUSA DE UN
MAL NACIMIENTO
Y no olvidemos que un mal útero es casi
inevitablemente causa de un mal nacimiento. Porque, en definitiva, el
nacimiento forma parte también de la gestación. Son un mismo hecho. Al igual
que, si miramos desde la altura, se hace patente también que río y mar son una
misma cosa, algo totalmente unido. No puede haber río sin un lugar en que
verter las aguas que el río lleva.
Y así, el nacimiento es ese entrar en el mar de una
nueva vida, sólo que entramos en ella con el sentimiento de haber perdido otra
anterior, de haber muerto a algo previo. Al igual que un día –y eso es una
analogía- es de creer que desembocaremos también en otro mar, si bien para eso
tendremos que morir a esta vida, a esta nuestra actual percepción cerebral de
vigilia. O sea, a lo que ahora llamamos vida.
Creo que con cuanto antecede se habrá hecho claro por
qué al empezar este artículo he afirmado la gran responsabilidad que comporta
la maternidad. Y por qué he situado en segundo lugar la responsabilidad
paterna.
Afortunadamente para toda mujer, ellas son las que
albergan en su seno el más preciado de los frutos. Para ellas es el goce de
sentir bullir la vida en su interior pero para ellas es también –no toda, pero
sí casi toda- la responsabilidad de que ese fruto sea especialmente sano,
inteligente y hermoso. ¿Qué hacer para conseguirlo? Lo explicaré en el próximo
número.
Joaquín Grau.
martes, 14 de abril de 2015
lunes, 13 de abril de 2015
jueves, 9 de abril de 2015
sábado, 4 de abril de 2015
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